La historia
del hombre desde sus comienzos a la actualidad, se encuentra saturada de los
horrores cometidos en contra de la humanidad misma. En una carrera sin sentido
en pos de sostener, defender e imponer lo impreso por nuestro grupo de
pertenencia, o con el cual nos identificamos, ya sean estos raciales,
religiosos, ideológicos.
De esta manera
quedamos aferrados a un modelo anacrónico, que en un momento determinado
cumplió su función pero que en la actualidad por más nostalgia y añoranza que
nos genere llegó a su límite y lo único que nos promete es conflicto. El
conflicto solo prueba que las ideas que sustentan a ese modelo están siendo
seriamente cuestionadas.
Este enfrentamiento podemos verlo reflejado claramente en todos los órdenes de nuestra vida. Tanto en lo colectivo como en lo personal. En la forma de relacionarnos tanto
en nuestros vínculos de pareja, amigos, hijos, compañeros de trabajo y demás actividades, así
como en nuestras creencias y formas de percibir la realidad.
Es imposible que
estas antiguas ideas por si solas puedan dar cuenta de una realidad que pide
mayor apertura, participación e integración.
Si hay algo que nos enseña no solo la Astrología y el I Ching, sino la mayoría de las
corrientes espirituales y humanistas es que cuando algo se cierra o se muere,
es porque ya no hay más energía disponible en esa forma. Algo nuevo comenzará a abrirse. Pero como bien
sabemos, el momento de transición entre lo nuevo y lo viejo, la instancia del vacío -donde lo viejo ya no está y lo nuevo todavía no toma forma- es un
espacio que generalmente es llenado con temor e incertidumbre.
El primer inconveniente en esta transición radica en nuestra falta de confianza en
que esta inexorable marcha hacia la
extinción de un viejo modelo inaugura una nueva alternativa, seguramente mas creativas, con
mayores posibilidades de incluir aspectos aparentemente distantes.
En segundo lugar, están nuestros apegos tanto sea a vínculos, objetos y sistema de creencias. ya que consideramos que estos elementos (todos externos) nos aportan identidad.
El individualismo y la voracidad, propios del sistema vigente ha
repercutido en nosotros, fortaleciendo el aislamiento de un yo
polarizado y auto referido. Esta crisis,
como cualquier otra, (solo que esta es de carácter colectivo) atentan contra
esa identidad fijada y constituida por nuestra cultura en un sistema de
creencias. Y, repito. Desconcierto incertidumbre y temor, son todos sentimientos lógicos por el desplazamiento y perdida de los lugares y objetos donde habíamos puesto la seguridad
de nuestras identificaciones y creencias.
Es cierto que nuestra psiquis necesita un centro, estabilidad y una historia personal
que la represente para así, constituir
una identidad. La caída de un modelo que se resquebraja ante nuestros ojos nos
obliga a replantearnos seriamente donde ponemos nuestros valores y la imagen de nuestro
ser más profundo. Si en las manos de un sistema que nos devora alejándonos cada
día de nuestro “Ser Humanos” peleándonos hasta morir por una idea, un concepto o una creencia. O en el
reconocimiento de nuestros valores, posibilidades y recursos más genuinos. No
hace falta inventar la humanidad, esta ya existe, solo hay que recuperarla y reconocerla en
una nueva dimensión.
Como expusimos en el artículo anterior –“El caduceo de Hermes y una representación del Taijitú”- donde planteamos el encuentro de Nüwa y Fuxi como principios polares. Ellos representan no solo el despliegue de la vida misma desde el punto de vista biológico, sino también una clave en el desarrollo y evolución de la consciencia. Recordemos estos dos principios trabajan juntos creando el universo que los rodea. Donde cada punto de encuentro representa un giro de esta espiral en un continuo y eterno movimiento a niveles superiores.
Cuando en una relación, sea de la índole que sea, uno se expresa a expensas del otro, resulta muy difícil alcanzar ese delicado equilibrio que la actividad constructiva de ambos requiere. No se puede resolver una situación partiendo de un solo punto. Creo que la clave está en aprender a vincularnos, dejar de mirarnos sistemáticamente el ombligo, levantar la mirada y contemplar a quien tenemos en frente, con sus anhelos, dolores y temores.
No nos será posible sostener nada por el mero sentido del deber o la tradición. Sujetarnos al pasado, a viejos modelos y antigua ideas, solo nos provocara más desgarramiento frente a la imposibilidad de ampliar la mirada e ir más allá de lo establecido.
Quedar varados en un viejo concepto solo persigue la finalidad muy intima de no apartarnos de donde estamos. Reconozcamos que todos en algún momento hacemos, o hemos hecho, lo indecible para quedar ubicados dentro de un formato que para nosotros es legitimo, que consideramos único, habitual y que nos da seguridad por conocido, no por vital.
Cuestionar un modelo, transformarlo y renovarlo a fondo sin revelarnos, exige una gran madurez. La mayoría de nosotros no nos vinculamos desde la interpenetración que implica el amor. Por lo general lo hacemos desde una idea preconcebida que tenemos respecto a cómo tendría que ser esa relación. Y quedamos atrapados ahí, en la pelea, imponiéndonos o sometidos, con la sensación que no habrá otra cosa mejor o como si no existiera la posibilidad de algo distinto. Creo que lo que viene es francamente distinto, aunque demore.
La presión
será cada vez mas fuerte, este proceso llevará tiempo, uno no cambia de la
noche a la mañana, pero los tiempos se aceleran. Cada vez nos resultará más
difícil realizar en lo colectivo o social nada que no podamos respaldar y acompañar coherentemente con nuestra actitud personal, sea cual fuere la función
a la que somos llamados. A esto le llamo crear vínculos honestos.
Si para esto
debemos atravesar distintas crisis, sean estas personales, sociales, económicas,
o ecológicas, dependerá de nosotros.
Nos
encontramos frente a una gran oportunidad, pero esta no queda sujeta a la capacidad de maniobra de nuestros líderes, sean estos políticos o religiosos, sino a la posibilidad que cada
uno de nosotros tome dimensión de ello y nos entreguemos con conciencia a este
proceso.
¿Será este el principio en un camino de fractura de un sistema para ingresar a un estado de mayor inclusión, estableciendo una relación distinta con nosotros mismos, con nuestros congéneres y con el planeta tierra? ¿O nos aferraremos con uñas y dientes a un rígido modelo que lo único que nos promete es más fragmentación y por consiguiente desgarramiento y conflicto?
¿Cuáles son las huellas que el miedo produce? ¿Es posible un nuevo estado de conciencia
para nuestro actual estado de evolución como especie?
Un claro optimismo me
dice que si. Aunque por ahora...
aparezcan más interrogantes que respuestas.
Hasta la próxima.
Laura Paradiso